La comunicación y la guerra
Habitualmente no somos conscientes de hasta qué punto están intrincadas las grandes guerras y conflictos, en fenómenos de comunicación, particularmente en fenómenos de distorsión comunicativa. La actual crisis política en España nos da una imagen muy significativa de esta relación trágica entre la comunicación y la guerra. Hoy presenciamos cómo se construye día a día el edificio de la incomprensión entre grupos humanos con motivo del secesionismo catalán, de manera que dos espirales de mutua exclusión amenazan con pasar a la directa violencia, ofuscadas como están en sus procesos de escalada de odio y descalificación mutua. Presenciamos cómo sobre la base de errores, azares y malversación se va desviando la comprensión mutua impidiendo cada vez más la pacífica aceptación del adversario y cómo el sinsentido va conformando el código de comportamiento descerebrado que unos se exigen a otros.
Y es que al igual que entre dos individuos en escalada de agresividad se dan importantes deformaciones de lo real que les impiden entender al otro y los encierran en un túnel de odio y condenación del enemigo, lo mismo y mucho más intensamente se da en grupos numerosos o entre países. Cada gesto del contrario es interpretado en un marco dinámicamente agresivo que pugna por definirlo como un demonio del mal y por desproveerle de humanidad. Y al mismo tiempo la escalada en comunicación va enterrando
al individuo o grupo en su visión estrecha y cada vez más deforme de lo real que apunta a la condena y a la eliminación total del oponente. Las escaladas de pelea y de guerra son auténticos psicotrópicos personales y colectivos que niegan por completo la posibilidad de escapar a la violencia y de evadirse de ella. Pero como distorsiones mentales son siempre transitorias y coyunturales, y a pesar de su tragedia carecen de sentido ni de valor.
Lo que más nos interesa de este fenómeno es su esencia de comunicación. Las guerras y las escaladas agresivas nacionalistas que hoy presenciamos son procesos de desviación comunicativa cuya efervescencia obedece a esa misma inflación semántica.
El odio mortífero es un efecto de sentido. La gran escalada bélica no podria darse sin el poder alienante de la propaganda y la malversación de los marcos de sentido humano que generan la comunicación agresiva. Podemos verlo cada día en las redes sociales y en la trama de tergiversaciones de lo real en las que caen los medios al servicio de las ideologías fanáticas, generando respuestas intensas y enroscando la serpiente del odio de unos a otros sin tregua. No deja de ser un estúpido sinsentido generado ciegamente, pero por ello, sus consecuencias tampoco tienen límites ni razones que las detengan.
En una guerra encarnizada lo más derruido es la visión humana del enemigo. Lo que se derrumba bajo las agresiones es la sensibilidad, la simpatía, la afinidad y la igualdad entre comunidades y personas que son vecinas y familiares, y en cuya similitud se funda la civilización misma. Lo que se aniquila irrecuperable es la comunicación con el otro. No hay nada más silencioso y frío que la agresión y el desastre de la guerra. El ser humano se vacía a sí mismo al mismo tiempo que vacía su cargador sobre su prójimo. Nada más vacío de sentido que el ataque verbal qye anuncia el descalabro mental colectivo.
El único modo de acabar con la guerra es efectivamente la comunicación y la fuerza semántica inversa a la de su eje. La paz debe ejercerse como una especie de mensaje constante y consistente que rompa las espirales simbólicas de la demente violencia. La guerra de la comunicación debe combatirse con insistente comunicación pacífica y ello sólo está en manos de personas y entidades dotadas de fuerza simbólica y capacidad expresiva únicas. Ellos pueden quebrar el espejo infernal en el que se ciega un país entero. Ellos pueden devolver la inteligencia a un país que se vacía de inteligencia en la comunicación agresiva.
Es urgente comprender que somos esclavos de nuestras palabras y que estas nos amenazan en sus redes mentales. Sólo un sentido profundo de la realidad puede borrar el lavado de cerebro generado por la comunicacion en guerra.
Y es que al igual que entre dos individuos en escalada de agresividad se dan importantes deformaciones de lo real que les impiden entender al otro y los encierran en un túnel de odio y condenación del enemigo, lo mismo y mucho más intensamente se da en grupos numerosos o entre países. Cada gesto del contrario es interpretado en un marco dinámicamente agresivo que pugna por definirlo como un demonio del mal y por desproveerle de humanidad. Y al mismo tiempo la escalada en comunicación va enterrando
al individuo o grupo en su visión estrecha y cada vez más deforme de lo real que apunta a la condena y a la eliminación total del oponente. Las escaladas de pelea y de guerra son auténticos psicotrópicos personales y colectivos que niegan por completo la posibilidad de escapar a la violencia y de evadirse de ella. Pero como distorsiones mentales son siempre transitorias y coyunturales, y a pesar de su tragedia carecen de sentido ni de valor.
Lo que más nos interesa de este fenómeno es su esencia de comunicación. Las guerras y las escaladas agresivas nacionalistas que hoy presenciamos son procesos de desviación comunicativa cuya efervescencia obedece a esa misma inflación semántica.
El odio mortífero es un efecto de sentido. La gran escalada bélica no podria darse sin el poder alienante de la propaganda y la malversación de los marcos de sentido humano que generan la comunicación agresiva. Podemos verlo cada día en las redes sociales y en la trama de tergiversaciones de lo real en las que caen los medios al servicio de las ideologías fanáticas, generando respuestas intensas y enroscando la serpiente del odio de unos a otros sin tregua. No deja de ser un estúpido sinsentido generado ciegamente, pero por ello, sus consecuencias tampoco tienen límites ni razones que las detengan.
En una guerra encarnizada lo más derruido es la visión humana del enemigo. Lo que se derrumba bajo las agresiones es la sensibilidad, la simpatía, la afinidad y la igualdad entre comunidades y personas que son vecinas y familiares, y en cuya similitud se funda la civilización misma. Lo que se aniquila irrecuperable es la comunicación con el otro. No hay nada más silencioso y frío que la agresión y el desastre de la guerra. El ser humano se vacía a sí mismo al mismo tiempo que vacía su cargador sobre su prójimo. Nada más vacío de sentido que el ataque verbal qye anuncia el descalabro mental colectivo.
El único modo de acabar con la guerra es efectivamente la comunicación y la fuerza semántica inversa a la de su eje. La paz debe ejercerse como una especie de mensaje constante y consistente que rompa las espirales simbólicas de la demente violencia. La guerra de la comunicación debe combatirse con insistente comunicación pacífica y ello sólo está en manos de personas y entidades dotadas de fuerza simbólica y capacidad expresiva únicas. Ellos pueden quebrar el espejo infernal en el que se ciega un país entero. Ellos pueden devolver la inteligencia a un país que se vacía de inteligencia en la comunicación agresiva.
Es urgente comprender que somos esclavos de nuestras palabras y que estas nos amenazan en sus redes mentales. Sólo un sentido profundo de la realidad puede borrar el lavado de cerebro generado por la comunicacion en guerra.
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