EL AURA EXTENDIDA DE BILL VIOLA


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Estos días, coronavirus mediante, se puede disfrutar en la Fundación Telefónica de la exposición de obras de Bill Viola Espejos de lo invisible. Este artista neoyorkino nos ofrece un conjunto de obras tan hipnótico como profundo, en las que no hay palabra sonora, ni texto acompañante, y los títulos de sus obras en video son simples trazas de su hondo significado.

Bill Viola es un pionero del videoarte, sus obras comienzan en la década de los 70 del siglo XX, a utilizar las pantallas de TV y la imagen en movimiento, como soporte de sus simbólicas imágenes.

Bill Viola es un artista clásico. Clásico, en el sentido de continuar el diálogo de temas, colores, estatuaria y simbolismo del mundo de la pintura clásica medieval, renacentista y barroca europea. Su homenaje a esa estatuaria y hierática de todos los artistas religiosos y mitológicos clásicos de la cultura occidental es muy evidente. Lo asombroso es su soporte en el videoartista neoyorkino, pues sus azules a la Mantegna, sus rojos sanguinos leonardescos, sus rosados y sus grises holandeses se producen mediante la luz filmada, no pintada.

En la iconografía pictórica y en la escultura clásica, la detención de las figuras generaba una llamada a la reflexión y un instante artístico en el que el "aura" de las obras, sus múltiples capas de armonía, se anclaban a un tiempo, el tiempo clásico del arte. Ese aura detenida, paralizada, en el cuerpo humano que expresaba el amor, la piedad, el sufrimiento, la sensualidad, tenía su tiempo. Pero Bill Viola extiende ese tiempo, prolonga el aura, hibridando el estatismo clásico, la pose del mundo antiguo, con la teatralidad, movilidad y dinamismo del mundo posterior. Así, sus obras son en parte teatro, en parte, autos sacramentales que prolongan el aura de la pintura hacia nuevas capacidades de expresión.

Muchas de sus obras juegan con la detención y el movimiento hibridados. Introducen el movimiento, como un espacio más sobre el que generar la expresión humana. Y con ello, por ejemplo, la entrada de los movimientos de elementos naturales como el agua, el viento, la tierra, la luz, que con su energía vienen a unirse a la figura humana para configurar un diálogo entre las cosas materiales y la presencia humana que iluminan ambas de maneras académicamente perfectas, como le hubiera maravillado a un maestro renacentista.

En la cultura clásica occidental, la naturaleza es la herramienta que sirve para la expresión de lo humano más allá de sus límites. Así, la unión del hombre con la tierra, con el mundo vegetal, con los colores del cielo, es la paleta que mezclaron todos los autores clásicos, de Giotto a Manet, de Van Gogh a Miguel Ángel, para ilustrar las medidas del hombre. Las formas naturales sirven para profundizar en la naturaleza humana, y también, para acompañar el destino humano de modos armónicos y universales, como los griegos nos enseñaron. Y en ese diálogo con la naturaleza, encajaron todos los contenidos religiosos, los mensajes humanos, los sentidos sensuales, de acuerdo con el cánon de lo clásico.

Viola continúa esa tradición, rinde homenaje al arte académico en lo que tiene de refinamiento absoluto, de sutileza infinita, en su fusión de percepciones y de emociones naturales y corporales humanas, trascendentales y sensoriales a la vez. Pero este autor va más allá al extender el "aura" del canon clásico, al tiempo prolongado de una imagen en movimiento. Porque en el movimiento hay tiempo, y hay emoción. Pero es un tiempo y una emoción que añaden mortalidad, finitud, y patetismo a ese universo de clasicismo y perfección hierática. Y así, Bill Viola genera un universo más trascendental si cabe, que conecta directamente con nuestro corazón.


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En el universo de la pintura clásica la detención del instante generaba un gesto congelado. En la fotografía, el instante único nos hacía sentir dimensiones misteriosas, pero congeladas, de la experiencia. El video de Viola es movimiento lentísimo que explora un tempo artístico inédito, el del movimiento imperceptible. En él es posible ver de manera inaugural, bautismal, la existencia humana. Este aura extendida tiene un tiempo nuevo, que no es el tiempo tópico del video o la narración cinematográfica, y tampoco es el tiempo congelado de la foto, el dibujo o el cuadro. El semitiempo de Bill Viola nos permite una nueva estatuaria. Los cuerpos se desvelan en una nueva desnudez, la inocencia, la humanidad, el dolor, la presencia, nos llega más cerca. El tiempo de Bill Viola tiene aroma, como el que reclama Byun Chul Han.


Más allá del universo clásico, surge un nuevo patetismo, y una nueva sencillez, y una mayor penetración en la forma y naturaleza humana. La pregunta de los autores clásicos por las proporciones y el sentido de la vida humana da un paso más allá en las obras de este autor, como si accionara un dispositivo para ver con más dimensiones, en más completa perspectiva, lo que es la humanidad de los cuerpos, de los seres. Y en esa mirada inédita, basada solo en una aceleración distinta, en una mixtura distinta de los componentes de la imagen creada, hay también un sentimiento de la pobreza y de la fragilidad humana, de su inmensa aventura de edades y de inocencias, de su mirada llena de recuerdos o de sufrimiento. Y más allá todavía, hay un humanismo sin palabras.

Ese humanismo está en el modo como el artista americano nos devuelve la carne humana, en diálogo con los elementos primarios, la tierra, el aire, el cielo, el viento, el agua sobre todo, y la propia naturaleza humana se desvela como un reflejo. Un reflejo de todos los dolores, de todas las torturas humanas. Al fondo del arte de Viola, está un espejo. Un espejo que nos recuerda la esencia de todos los cuerpos que han sufrido, que son aquí recontados uno por uno. Por eso los críticos hablan de su humanismo mudo.

Hay una filiación profunda que el artista ha conseguido entre el juego que realiza en sus composiciones místicas, y las miles de imágenes que todos hemos captado en las que hemos sabido del dolor, de la muerte humana, de la fragilidad y del amor, el heroísmo o la ternura que venían con ellos. Su lenguaje es universal porque ha conseguido trasportar las imágenes del corazón que siente a una representación en video. Y es tan prodigiosa esa capacidad, que resulta sagrada, inefable. Las obras de Viola te capturan y no te dejan escapar, porque en ellas está todo. Estamos todos.

A menudo pensamos que los artistas nos transmiten el arte, la belleza, la armonía, como un aditamento adicional a nuestra existencia gris, y que los grandes clásicos, en sus pétreas obras maestras, ya dejaron para siempre en el mundo de la perfección realizada lo que había que mirar, decir o adorar en la vida. Pero creadores como Bill Viola nos recuerdan que tenemos a cada instante, a nuestro alrededor, toda la materia para la mayor perfección y para trascender mediante el lenguaje de la vida que nos está chillando al oido constantemente. Es una lástima que estas obras no estén inspirando a la gente espiritual en múltiples templos, iglesias y centros de meditación, porque nos harian comprender mucho mejor el sentido de nuestra existencia, incluyendo en ella esos lenguajes audiovisuales que en su saturada velocidad llevan prisionero, y martirizado, al hombre interior.

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