LA FELICIDAD Y LA PARTICIPACIÓN

Ahora que, debido a la pandemia del coronavirus, nos vemos forzados a permanecer en nuestras casas y experimentar el mundo que nos rodea de una manera muy restringida y parcial, podemos sentir a diario lo que supone experimentar las cosas, y vivir, mediante una participación parcial.
Así, es posible sentir la primavera en la observación de una flor en un rincón de la calle, o sentir la plenitud de su calor y su fertilidad acentuada observando simplemente cómo se abre un árbol, tronco arriba, a su propia fronda verde de hojas. Uno puede vivir delegadamente el esplendor de un paseo por un gran parque, hoy cosa imposible, mediante las sensaciones esplendorosas al contemplar desde la ventana un árbol que florece y echa de nuevo sus brotes. Este tipo de participación vital es una de las formas más profundas y generosas de experiencia, y vamos a explicar por qué.


Cuando por circunstancias como las citadas, o por convención, o por simple configuración del tiempo y el espacio al que estamos limitados, vivimos la participación, experimentamos un tipo de sensaciones y sentimientos específicos. La parte se nos hace homomorfa del todo, es decir, podemos notar en una pequeña señal la simboliZación de una totalidad, o sentir con total plenitud lo que nos llega en un estímulo parcial. Todo un estilo, toda una forma de significación, está implicada en la participación sígnica. Cuando, por ejemplo, decimos que en un pedazo de pan está contenido el espíritu de un dios, o cuando en un resto o rastro de un ser podemos desarrollar toda su imagen y presencia, son formas de participación simbólicas. Las podemos asociar a los símbolos, porque este tipo de signos constituyen totalidades ilimitadas de elementos en haces de significación que se asocian y unen, y cuando accedemos a una de sus formas constitutivas, accedemos de algún modo a la idea de su totalidad. Así, en una espiga puede estar representada la existencia en la tierra, o en un pañuelo ensangrentado toda la tragedia de una guerra. Del mismo modo, también podemos relacionar las participaciones representativas con los signos índices, porque en ellos es posible representar también una totalidad mediante un residuo o un rastro de la misma -como cuando mediante un detalle pequeño accedemos a todo un conjunto de explicaciones y experiencias-, por ejemplo, por la presencia de una sustancia en la sangre detectamos una enfermedad. 

No vamos a desarrollar aquí cómo la participacion representativa está unida al pensamiento simbólico o el indicial, porque se nos iría demasiado el argumento a lo puramente académico. Lo que quiero indicar es que en otros tiempos, por ejemplo para los hombres medievales o para los pueblos tradicionales, esa idea de que es posible representar en una pequeña parte un todo, porque existe participación en él, es muy muy importante: está unida a rituales, a múltiples simbolismos culturales, y no solamente a simbolismos humanos. En el mundo animal, por ejemplo, las abejas trabajan en las colmenas para alimentar a la abeja Reina, y ésta tiene una relación con ellas que se basa en la participación representativa, como supo ver Saint Exupéry: no se trata de una participación igualitaria, sino simbólica: hay algo de la abeja reina en cada abeja obrera, y viceversa, aunque los términos de esa identidad no sean iguales entre sí. A menudo, las cosas pueden hacerse equivaler mediante un sistema que no es aritmético, ni es lógico.

Ese sistema  es esencialmente lingüístico, y como veremos, también es emocional, sensorial y podríamos decir espiritual. Es lingüístico porque mediante el lenguaje podemos acceder a formas de participación semántica con muchísima frecuencia que tienen esta misma estructura. Así, mediante la comunión en torno a los signos podemos usar un lenguaje universal para expresar nuestra esencia individual- El lenguaje es un rio de significado que surge de cada individuo, pero que converge en unas estructuras comunes. En el lenguaje la parte puede ser igual al todo. También en sus metonimias, en sus analogías, en sus proyecciones de sentido, tenemos constantemente la idea según la cual el río de la expresión concreta puede llevarnos completamente a una nueva forma de pensar, a una nueva realidad. Cuando unimos y encadenamos palabras en frases que nos expresan, delegamos en el lenguaje común la sensación y emoción que ellos comparten, y al hacerlo, lanzamos hacia los demás hablantes hilos de comunicación que se ensamblan en un todo expresivo, el que va generando la lengua que hablamos. Pero además, en las palabras mismas, como saben bien los poetas, es posible condensar, y expresar mejor, mediante las formas más parciales y sencillas, las totalidades de experiencia y de pensamiento a las que llegamos. En el mundo de la comunicación y del lenguaje, la simplicidad es más abarcadora que la profusión y la complicación. Contra la racionalidad o la lógica, es más eficaz informacionalmente lo parcial, o lo reducido, que lo amplio y complejo. Podemos crecer más, en el lenguaje, cuando disminuímos la pretensión, la ambición expresiva.

Pero la participación representativa es sobre todo algo que hay que saber sentir, algo que tiene que ver con nuestra esencia profunda. La parte siente el todo. La parte es el todo. Esta es la forma más intensa y trascendente en la que esta forma de pensar se presenta. Cuando tenemos un hijo, y sentimos, con absoluta claridad, que viviremos en la vida de ese hijo en el futuro, accedemos a un sentimiento inexpresable de totalidad, de desapego de nuestro yo parcial, y de completa participación en el mundo que no somos, o que dejaremos de ser.  El amor es la experiencia más clara de que podemos vivir la vida del otro, atomizarnos hasta convertirnos en parte de su ser. Nuestro corazon sabe que ser parte de algo es como ser ese algo. Lo experimentamos de manera clara, cuando damos nuestra vida misma por ese algo.

La sensación de delegación de vida es inmensa en las personas que hacen sacrificios por  una causa o por los demás, y como sabemos, las personas que dan su vida por una causa también experimentan esa participación en algo más grande que ellas porque permiten que su vida se emplee exclusiva, sencillamente, en esa causa: puede ser una lucha común, puede ser la vida ajena, puede ser la consecución de algo en beneficio de todos, de los otros seres de la tierra, de la Tierra. Poner la propia existencia a participar, de manera sacrificada, en algo más grande, diverso a nosotros, es una de las maneras de realizar el yo de uno más profundamente, y esa es la gran paradoja de esa identidad de lo que no es igual, de la participación desigual que engrandece al hombre.

Este hecho explica por qué, contra toda lógica o racionalidad, una persona puede ser plenamente feliz dándo todo su ser por algo a lo que ama. Mucho más que quien, por avaricia o ambición, lo que desea es ampliar su poder, su ser, sus riquezas, pensando que de este modo se hace con más cantidad de un todo. Y es, paradójicamente al revés: empequeñecerse, anularse, por algo grande, es lo que hace crecer la emoción, la experiencia, la felicidad de las personas.

Gracias a los símbolos podemos conocer intelectualmente, y sensorialmente, cómo se produce la unificación de elementos contradictorios o parciales en una unidad que los supera. Gracias al lenguaje podemos experimentar en nuestra expresión cómo las palabras pueden sustituir a realidades, y cómo podemos condensar en un verso una profunda experiencia total. Gracias a la sensación del amor, y del sacrificio, podemos sentir lo que supone formar parte de un proceso que nos arrastra y es más importante que nosotros mismos, pero del cual participamos, igual que la abeja obrera, en la abeja reina. Muchas formas de paticipación tienen que ver con lo más profundo y noble del corazón humano, y no responden a lógicas matemáticas, racionales, icónicas o igualitarias en modo simple.

Por eso sabemos que la participación representativa -ser parte pequeña de algo inmenso- , puede ser el modo de hacer justicia, de acercarse a la verdad, o de sentir la plenitud. No es necesario acaparar para sentir la plenitud: al contrario, y de acuerdo con esta teoría, una pequeña parte simboliza la totalidad si está conectada simbólica, semánticamente con ella. No es necesario durar la eternidad para sentirla, en el aquí y ahora más concreto, por participación mística. No es necesario ver para sentir, ni estar para disfrutar: se puede participar si uno pone en ello su corazón, aunque ya no esté.

De estas sencillas verdades, cuán dificil es tener una seguridad, o una idea, que nos transmita nuestra sociedad.


Comentarios

  1. "The part is the whole", este es de los temas gordos, que tan bien ilustraba Blake:
    "To see a World in a Grain of Sand
    And a Heaven in a Wild Flower
    Hold Infinity in the palm of your hand
    And Eternity in an hour"
    Ojeando internet un poco, he visto que en el plano científico se dice que son manifestaciones de esto los hologramas (no he conseguido entender por qué) y que hay una visión del universo como holograma (menos aún lo pillo...) y hay quien salta del holograma a la idea de que todos somos Uno, en distintas manifestaciones.
    Pero me quedo con la imagen que regalas, más cercana, de que en el encierro en el que estamos, entrever un trozo de cielo es ver la primavera... :)

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  2. Hoy especialmente además. Disfrútala!!!

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