GARANTÍA



El gran psicólogo Carl Gustav Jung, cuando un periodista le preguntó si era creyente, respondió con una frase que se ha hecho legendaria: "Yo no creo, yo sé". 

Jung había llegado, con sus estudios sobre la profundidad de la mente humana, a experimentar la certeza absoluta de la creencia. Y sin embargo, todos nosotros, aunque no trabajemos a fondo la estructura de nuestra consciencia, también recibimos diariamente, no solamente prometedores mensajes de esperanza, sino auténticas garantías de que existe la felicidad, de que la vida es infinita y de que la energía que mueve el mundo es eterna e inconmensurable.

Cuando un padre pasea por la calle, de la mano de su hijo pequeño, no solamente está recibiendo amor del pequeño. En esas manos que se unen por la calle el padre experimenta una garantía. Una experiencia de que hay algo en la vida que es absolutamente seguro, y que tranquiliza definitivamente al ser humano.

Desde que llegamos a este mundo,  desde que podemos sentir,  experimentamos garantías.  Son seguridades completas que nos deja la naturaleza por su absoluta perfección,  el amor por ser auténtico absolutamente,  la belleza por su consumada hechura.  Recibimos constantemente pruebas y testimonios de omnipotencia,  infinitud y eternidad,  y ellas constituyen nuestro corazón. 

En nuestra vida, luchamos incansablemente por conseguir certezas, garantías y seguridades.  Esa es nuestra experiencia clave,  pero está escondida bajo nuestra percepción superficial. Toda la batalla de las personas de todo tipo se basa en el objetivo final, en la mayoría de los casos, por asegurarse, por conseguir esa imperceptible sensación de garantía. No notamos que ya existe,  y que ya sabemos suficiente,  al vivir la vida,  con absoluta certidumbre sobre su eternidad. 

Algunas personas buscan la seguridad como si no existiera. La precisan hasta en forma negativa, y por eso, intentan garantizar o apresar las cosas malas o desastrosas, o se procuran una vida miserable. Les importa más la certidumbre que puedan conseguir que si ésta es positiva o negativa. Hasta tal punto la falta de certidumbre nos desquicia.

Edificamos nuestras casas hacia lo alto, apresando la luz.  En nuestras obras materiales,  queremos alcanzar un tipo de vida en la que no se escape la sensación de certidumbre. Cuando hacemos fotos, intentamos fijar la ilusión como algo que no se escape, que esté siempre con nosotros. 

La lengua, con la institución del sentido, es una de las más fuertes formas de garantía que experimentamos y gozamos, que usamos y comunicamos entre nosotros. El sentido del lenguaje es también una fortísima manifestacion de garantía, que muestra su poder en el modo como se extiende más allá de los límites materiales de la realidad, en el modo como vincula universos, o como crea analogías entre planos, en cómo crea nuevas perspectivas o en cómo refresca constantemente nuestro sentido vital. La lengua también instituye una absoluta demostración de que hay, en la vida, mucho más que simples consensos y promesas. En el color de las palabras fluye la misma fuerza que nos habla de que todo está salvado,  todo está garantizado. 

Nuestra economía  es un sistema que está basado en una creencia, y que genera valor mediante la circulación de garantía de creencias,  créditos y cauciones,  por ejemplo,  en una institución como es la moneda. La economía es un inmenso edificio de especulación  y juego que genera,  con toda la firmeza de la que el ser humano es capaz,  consecuencias absolutas. En economía,  la garantía es el origen de todas las riquezas, pero su fluctuación es aprovechada para hacerlas más o menos grandes. 

Muy diferente es el amor; en el amor el sentimiento más inmenso es una sensación de total entrega que va más allá de toda fluctuación o  condicionamiento  alojados bajo una promesa. El amor no es solamente promesa, sino ratificación,  fundación,  creación de mundo. Es lo más cercano a la capacidad de la naturaleza de soldar el mundo. 

Queremos garantías, y las vivimos constantemente sin notarlo,  pero algunos sabemos, secretamente, que éstas existen.

Vivir es experimentar la garantía y lo zanjado de las energías creadoras. Esta puede ser la experiencia más profunda que tenemos, desde que somos muy pequeños, y a lo largo de nuestra turbulenta existencia. Queremos aferrar la ilusión de manera que sintamos cómo se enraiza y se hace un bloque inamovible. Nos gusta sentir la respuesta sobre algo ya prometido, para nosotros, esa felicidad construida sobre la felicidad misma, nos hace sentir que todo concuerda, y que la existencia no es una casualidad, algo inestable, precario y finito, sino una manifestación de absoluto imperio del principio vital inamovible. Esa constancia, eso que va más allá de la promesa, está en la naturaleza, se ve en un rasgo del cielo, se aprecia en el amor. La realización de una absoluta garantía es la esencia de la existencia.


Garantía y realización fáctica de la promesa es lo que debemos vivir, y es lo que buscamos. No es necesario preocuparse en realidad de nada, porque todo está garantizado en la misma vida. Nuestras almas son cauces de un espíritu de vida ubicuo, que está en la luz, en el vínculo verde, en la raíz de todo impulso que se mueve y grita, que nos garantiza, por extensión, manifiestamente y con total euforia, la paz absoluta y la alegría infinita.

De esta extraña experiencia está nuestra vida llena, pero a menudo, no somos capaces de entenderla. Basta con fijarse absolutamente, para saber, como dijo Jung.




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