EL VIAJE DEL MAESTRO

Soy profesora. Lo he sido muchos años, pero me parece que hubiera empezado ayer mismo. Y hoy he comprendido un poco más qué es ser un maestro. Creo que es una profesión esencial porque es un espejo de lo más profundo de la vida. Porque todos somos, de alguna manera, transmisores, como los maestros. Transmitimos la vida, de unos a otros, igual que los profesores transmiten el conocimiento, e igual que los creadores transmiten la belleza. El conjunto de todo ello no es sino una gigantesca trama de transmisiones. Un viaje. Pero en ese viaje, no hay un viajero, sino que somos sencillamente el medio de transporte. Y como decía Kavafis, en su poema "Izaki", el viaje es el destino.

 Hay una cosa sorprendente en dar clase, y es que es en las clases donde el profesor aprende. Aprende de sus alumnos, desde luego, que son una fuente increíble de conocimientos y que el profesor debe con humildad reconocer y recoger, para traspasarlos a los siguientes cursos, a las siguientes generaciones. Pero hay algo más. El profesor no da dos clases iguales, cada clase es una auténtica creación original en la que él reconecta con las fuentes fundamentales del conocimiento, y a menudo, lo que puede transmitir es más de lo que tenía planeado. Este fenómeno, que los buenos maestros conocen, y del que seguro nunca dejan de asombrarse, es esencial.

Cuando estamos transmitiendo algún tipo de conocimiento, a menudo simultáneamente hallamos más conocimientos en el instante mismo en que los transmitimos. Se diría, además, que esa transmisión es muy sensible al momento, al contexto, y que, para cada grupo de estudiantes, para cada público, la transmisión de lo necesario se hace diversa, como si se adaptara a quien va a escuchar. Sinceramente, tengo la profunda impresión de que eso es así, y de que lo que tenemos que explicar y traspasar es llamado por quien tiene que escucharlo, como decía Walter Benjamin, toda buena comunicación está siempre en compañía de su oyente. Todo conocimiento, que es patrimonio de quien debe detentarlo, llega, por la vía del maestro asombrado, a su posesor provisional, el joven que comienza a aprender.

Sencillamente, el profesor es un mediador, un transmisor de un conocimiento que no le pertenece ni del que tampoco es la fuente. Lo increíble del proceso es que en el viaje del conocimiento, a través de la cadena humana de la enseñanza, un hilo de ideas profundas repentinamente se trama con nudos de riqueza de experiencia y sabiduría que provienen de muy lejos: de otros maestros ya desaparecidos, de nuevos maestros que están esperando en la mesa de enfrente, y de insondables memorias que están escondidas en el ovillo maravilloso del conocimiento, o en el presente, en el espacio del ahora. Cuando se produce el traspaso de ese mensaje, de ese hilo, y continúa su urdimbre hacia el futuro, el profesor tiene clarísimo que ha sido superado por un proceso que lo transforma, y en el que solamente el instante del contacto, y de la continuidad, es lo que genera, o regenera, la vida.

Ser enseñante es experimentar ese viaje. Un viaje sin viajero, pero en el que todos los viajeros están comprometidos, por virtud de un itinerario en el que coinciden y que impulsa hacia adelante la nave repleta de tesoros increíbles que se llama existencia. Tan sólo el contacto es lo que genera la energía para ese viaje: no es importante quién está, ni cuántos reciben, ni de dónde lo toma, ni qué efecto concreto generará: lo esencial es que en ese traspaso de poderes, uno deja lo mejor que tiene al que espera. Quien recibe la enseñanza se asombra del regalo que tiene en sus manos. Nunca jamás lo olvidará, y de esa pasión nacerá el impulso para regalar a otro, al siguiente de la cadena, aquello que éste recibirá como un prodigio. 

Asistimos sorprendidos a un proceso que parece tener su propia fuerza más allá de la que nosotros ponemos intencionadamente. Cuando enseñamos, los conocimientos mutan en el acto, se abren a nuevos desarrollos, como si llevaran encadenados en su interior milenios de experiencias y ricas matizaciones, y en el instante en que emitimos esos mensajes, nos llegan a nosotros mismos novedades de su propia naturaleza insondable. Cada clase es un misterio increíble, un asombro. Es algo que actualiza el ser mismo. Algo que nos reclama, que nos pide, una entrega total, que al mismo tiempo nos recrea. Y en esa profunda experiencia profesional, el maestro encuentra el fenómeno mismo de la vida explicado, justificado y manifiesto.

Todo cuanto ocurre sigue esta misma estructura, y no solamente la enseñanza. La vida biológica no es otra cosa que traspaso, un traspaso esencial que solamente se produce en intenso amor. Ese intenso amor es el que hace posible una entrega absoluta que termina reproduciendo un ser. El proceso es análogo. Nos aniquilamos, nos hacemos cauce, en una entrega en la que, por ello mismo, conseguimos crear, conectar la vida. 

El viaje del profesor, el viaje biológico, el viaje creador, son un infinito túnel comunicante que anula a los seres que intervienen en esos procesos al convertirlos en medios de transporte. Ellos se realizan, dan todo su ser, se entregan con máxima atención,  y con ello, consiguen abrir de extremo a extremo el hilo del conocimiento, de la vida, de la energía creadora, y entonces el tiempo desaparece: un único y mismo acto de vida, de creación, de conocimiento, se reproduce siempre infinito. La cadena de los viajeros se resuelve en un único instante, que jamás es igual, porque sigue adelante. En tanto es futuro, en tanto siguen viniendo estudiantes jóvenes a recibir lo suyo, el profesor seguirá sabiendo y enseñando, y su conocimiento seguirá creciendo, bebiendo de la fuente original, sin que él sepa muy bien cómo. El futuro crea nuestro presente: lo que hemos explicado en clase, proviene del infinito.

Ser profesor es experimentar este milagro, esta cosa inaudita, sorprendente, de verte aniquilado, superado, convertido en virutas, ante una construcción inmensa, y notar cómo convertirse en un medio para llevar al futuro esa fuente inagotable es todo cuanto un ser humano realmente necesita para ser profundamente feliz, y realizarse. Es un espejo de la verdadera felicidad humana, en la que someterse a un fin asombrosamente superior a uno mismo te permite detentarlo como algo personal, e íntimo, y después, disfrutar del fenómeno de regalarlo, de hacer entrega a su destinatario, ese chico o chica que sienten el mismo fuego tintineante en su interior, y no se explican qué está pasando del todo. Cada uno, en ese proceso, tiene un nombre propio, todo cuanto sucede en clase ocurre por una razón: ocurre para una persona. A menudo me he preguntado a mí misma en clase: ¿quién hay aquí, que necesita esto que me está haciendo decir? En ese viaje, uno no es el viajero, pero al deshacerse en su infinito océano sin principio ni fin, todo absolutamente queda explicado.

Este proceso va, como véis, más allá del beneficio personal y del salario, más allá del valor individual, más allá de los conceptos de sacrificio y de logro, de placer y de sufrimiento. Lo que experimenta el profesor, como lo que experimenta el creador, el poeta, que entrega a su lector un deleite de verdades, es al mismo tiempo propio e impersonal, un sacrificio y un inmenso placer. Y en su profundo núcleo, el profesor se allega a esas profundas razones de su corazón en las que no simplemente hay el cumplimiento de un deber, sino una autentica razón de amor, aquel del que proviene, y al que se dirige.


Comentarios

  1. Hola, últimamente andaba pensando que ahora, en la tendencia al formalismo que todo lo impregna, están de moda las técnicas para hablar en público, cuando en realidad uno nunca hace eso, lo que hace es hablar a un público, que es algo bien distinto y que tiene algún sentido, cosa que para nada tiene lo otro... Aquí tú le das otra vuelta al tema, apuntando que, en realidad, no habla uno, sino que habla otro y además este otro le habla a uno, al tiempo que habla a los otros, todo lo cual lo hace mucho más divertido. Thank you for the inspiration, as usual!

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  2. !Qué bueno Javier, hablar a un público! Me gusta mucho.

    Abrazos y gracias por tu lectura tan fabulosa....

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