LA CULTURA, LA SOCIEDAD DEL CUIDADO Y LA PAZ ENTRE LAS ESPECIES

Reflexionando sobre la aniquilación de la violencia, Johan Galtung estableció hace años que la violencia tenía tres formas fundamentales: la violencia directa, la violencia estructural (producida por las estructuras y organización social) y la violencia cultural, que aparece en las representaciones e imágenes que una sociedad cultiva. Para eliminar la violencia como rasgo característico, una sociedad tiene que acabar no solamente con la violencia física directa, sino sobre todo, con la violencia estructural (generada por ejemplo por la desigualdad económica, o educativa) que es más invisible y más dañina, y con la violencia cultural: las sociedades basadas en la violencia, que se divierten con ella o se animan con su espectáculo, tienen profundamente infiltrada su alma con la violencia y no saldrán jamás de ella.

¿Pero no es una contradicción unir la palabra cultura con la palabra violencia? No hay una violencia culta, ésa es mi opinión y la de los autores que defienden el concepto de cultura dentro de lo que llamamos sociedades del cuidado , como Susan Himmelweit y Nancy Folbre. Estas autoras, a partir de estudios de economía y de perspectivas feministas, descubren una diferencia radical entre sociedades donde la lucha y la violencia estructural son una constante, y esas sociedades marcadas por los trabajos del cuidado, que son todos aquellos, tradicionalmente asociados con la tarea femenina y la unidad familiar, en las que se contrapone el cuidado y protección hacia otros humanos o hacia otros seres vivos y del entorno natural, como rasgo clave de la vida, y marcando el futuro de una comunidad. 

Es muy diferente un conjunto humano que se plantea el cuidado, tanto del individuo humano como del mundo que lo rodea y los seres vivos que lo comparten, como finalidad, a un conjunto humano que se basa en la dominación, la lucha y el interés personal único. Y hay autores que desde hace décadas vienen estableciendo que la verdadera cultura es la de las sociedades del cuidado, mientras que las sociedades de la violencia no son auténticamente cultas, aunque tengan formas expresivas múltiples.

Este tema es crucial, porque en el concepto de cultura que hoy en día se tiene por común está inoculada la violencia como un ingrediente picante, contradictorio e inevitable. Y hay que zanjar esa cuestión definitivamente, para descontaminar nuestras sociedades de violencia cultural, porque ésta es la forma más terrible, profunda y engañosa, de violencia regresiva.

Cuando la tortura y el sufrimiento animal son calificados de cultura, vemos la aberración monstruosa a la que hemos llegado en las sociedades de la violencia, alejándonos de la cultura auténtica. Jamás una sociedad culta puede ser violenta. Sus manifestaciones e imágenes de muerte, mediante la caza, el toreo, la guerra o la lucha entre humanos o entre animales, no son cultas. Son auténticamente bárbaras y regresivas, porque se enfrentan directamente con el concepto clave de la cultura: la integración y el cuidado de los seres vivos.

Pero no se trata tan solo de un teorema prefijado: el desarrollo de las formas de comunicación simbólica, de la riqueza expresiva y de ideas, va asociado al abandono de las formas de violencia con el entorno que nos mantienen en el ínfimo nivel de sentido de la vida. Toda la cultura no es sino el resultado de integraciones que construyen nuevos significados, nuevas formas de ver, el universo en el que vivimos, sustituyendo las formas violentas por las formas armoniosas y pacíficas, como la sonrisa de dientes exhibidos, como gesto de simpatía, sustituyó a la mueca agresiva que mostraba la dentadura como amenaza.

La cultura suaviza e incluso invierte los actos violentos convirtiéndolos en actos pacíficos y armónicos, como ocurrió cuando la agresividad de los lobos se convirtió en cuidado para el rebaño. Las formas culturales pueden trastocar la violencia en armonía, cambiando su significado y su efecto. Eso es la cultura, la reducción de la violencia transformada en cuidado, que se expresa como un legado de una sociedad hacia su futuro. Es construir, en lugar de destruir, paliar el mal, acoger y proteger y cuando aparece el mal, usar toda esa construcción mental y natural para evitar sus efectos.

Joseph Campbell y Marija Gimbutas explicaron en sus clásicos estudios de mitología arqueológica que el desarrollo de la cultura humana está profundamente unido al cuidado y al desarrollo de la integración protectora de animales y naturaleza. El surgimiento de la agricultura es un claro paradigma de cómo el cuidado sustituye a la violencia en el modo de relación con el animal, lo que a su vez genera una co-evolución en humanos y animales que hace que los humanos desarrollemos el universo cuidadoso y benéfico de la relación de amor y alianza con los animales, y también, ciertos animales desarrollan la evolución rica en nuevas capacidades y menor violencia en sus especies (como en el caso de los humanos y los lobos/perros).  Incluso la capacidad para desarrollar habilidades cerebrales está ligada con el desarrollo de formas menos cruentas de conexión con el entorno, como las del cuidado, la crianza, la protección integradora, de seres humanos y no humanos. Así mostró Lévi Strauss la incidencia del cultivo y la cocina en el desarrollo de mayor capacidad craneal, y otros autores han indicado la directa conexión entre las sociedades sendentarias cultivadoras con el desarrollo del arte, la mitología integradora, la capacidad de memoria y de narración. La agricultura es ejemplo de la capacidad del ser humano para reconformar procesos naturales mediante el cuidado de los mismos, permitiendo su enriquecimiento y desarrollo. Las verdaderas culturas son siempre culturas de la integración y del cuidado de seres vivos, animales, plantas, y del entorno humano, de manera que crecen y florecen como gigantescos sistemas de protección amorosa hacia la vida.



Y eso es lo que se refleja en las suaves formas de una sociedad verdaderamente culta. Cuando vemos las imágenes de culturas auténticas que nos han llegado del pasado, en las que la dulce integración ha tenido más peso que la violencia y la agresión, o la obsesión por la destrucción, accedemos a universos de animales, plantas y formas vivas, también formas inorgánicas, que están conformando un universo de aprecio y de armonía: eso es la cultura. La cultura no es simplemente un signo de cualquier cosa. La cultura es cultivar. Es proteger, compensar y armonizar. Es acoger en las formas expresivas el animalismo y el ecologismo profundo, la idea de que conformamos una totalidad perfecta que ampara y arropa, con cuidados, la vida en todos sus aspectos.







La cultura aborigen autraliana, la cultura egipcia, el universo maya, y la vida griega pre-helénica, son ejemplos de sociedades en las que la concepción de la cultura que indico es patente, aunque ninguna de estas sociedades llegara a la erradicación de la violencia o la agresión. Pero cuando recibimos su mensaje vemos con claridad que es integrador: animales de todos los tipos están fusionados con el universo humano, los símbolos de unión de especies conforman múltiples iconografías, las categorías mentales que separa el mundo de la agresión interespecífica están barridas y los artistas, los narradores, los creadores de esas culturas nos han legado un inmenso tapiz de maravillosas imágenes trascendentes, donde los matriarcados, las sociedades de la paideia y la educación y cultivo, los universos de la narración de ensueño y de la exaltación de las formas vegetales, aladas, peludas, diminutas, de todos los seres vivos, está comvertida en eje de todo. Eso es una cultura: una manifestación de unicidad de la vida, que es conservada y protegida porque ella protege al humano de la violencia y de la muerte.



Es vital que aprendamos a distinguir lo que es la cultura, y la asociemos al cuidado. Al cuidado expresado en el arte, como forma primordial de comprensión, armonización y empatía, como forma normal de desarrollo y crecimiento humanos. Ningún arte puede entrañar muerte o exaltación de muerte, esa aberración es un auténtico veneno que inocula violencia cultural y nos conduce a ver la violencia como natural e inevitable. Ningun conocimiento profundo puede provenir de la exaltación de la destrucción, la caza, la muerte y la tortura, como parecen defender desorientados autores de todos los tipos. El conocimiento profundo une pasado, presente y futuro en la idea de la integración del ser humano en el ser del universo, congregado por la idea de que somos Uno, una esencia que se comunica consigo misma mediante los lazos creados entre seres vivos, sean humanos, animales o árboles, y en ampliar esa comunicación inmensa entre especies que la belleza, el amor y la armonía envuelven en su cultivo.

Debemos entender de una vez por todas la cultura como un acto continuo. Ese acto es el del cultivo. El de la compensación y el del cuidado paliativo. Aquel en el que se arropa con el universo de formas vivas el golpe terrible de la desgracia o la muerte, mediante un lenguaje que hace hablar entre sí a todas las especies y formas del planeta. En ese lenguaje hay una exaltación de todas las formas de vida, de todas las formas de especies, que tienen una mirada receptora y empática en la cultura humana. Dejemos de entender por cultura la ceguera y la insensibilidad, porque de las verdaderas culturas nos llega un mensaje muy claro, un mensaje que nos habla ese lenguaje universal de analogías y paralelismos, de comunicación más allá del tiempo, de la muerte o del dolor, que se manifiesta, suave, en las manos que acarician y protegen la espiga.




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