LA SAGRADA ESPERANZA DE LOS JÓVENES
Nuestra sociedad es particularmente insensible y cruel con muchas formas de vida y especialmente con aquellas cuya ternura, vulnerabilidad o inocencia salta a la vista. Está en nuestro más terrible fondo el no saber ver cuándo actuamos con dureza, saña o crueldad con animales y humanos por las más variadas razones y casualidades. Pero no hay nada como ver hasta qué punto puede destrozarse una vida en la juventud. Y las mayores tragedias, las mas dramáticas y temibles, se fraguan al destrozar un alma joven.
Los jóvenes son almas desnudas. Su novedad en este mundo es una apertura absoluta a los efectos y respuestas que obtienen del entorno, en el que con absoluto azar vienen a irrumpir. Son almas no preparadas a la experiencia de la omisión o de la estafa. A los jóvenes se los defrauda, se los engaña, se los utiliza o parasita muchas veces, y sin que quede huella alguna de esas formas de violar y pisotear un espíritu expuesto por su pureza.
No queda huella porque el crimen es secreto. Los adultos no sufren el impacto de las bárbaras heridas que causa su acción sobre quien no tiene costra defensiva, sobre quien espera con ilusión o inocencia. Así, el daño a la esperanza, a la ilusión, a la alegría de un joven, que puede causar la amarga condición del adulto envejecido, es invisible en la sociedad. Los jóvenes reciben golpes inesperados, incrementados por la falta de empatia, la falta de sensibilidad burda que puebla el mundo de los que tratan con ellos a diario. En personas con acceso a la juventud, la hipocresía, el interés egoísta, la tibieza y falsedad están más presentes y el daño que pueden causar es inmenso.
A los jóvenes se les roba. Se les despoja de su capacidad creadora y se les amortiza para siempre. Está el mundo lleno de belleza que alguien, en algun lugar, arrebató a un joven lleno de poesía, para quedármela y suplantando su identidad, hacer caja con ella. Y aplaudimos sin saberlo a ladrones de la fuerza amorosa de la juventud, a parásitos que para su propia defensa atacan sin piedad, con silencio y mentiras, a los jóvenes que pusieron su corazón en su tesoro. A veces el gran crimen es visible porque el ladrón nunca vuelve a generar nada bueno. Y nos choca.
A menudo nos preguntamos qué puede hacer que alguien sea retorcido o desarrolle una visión de la realidad manipuladora y ambiciosa. Y precisamente esto se presencia con toda crudeza cuando uno lo mira de joven. Es un milagro auténtico que ese terrible espectáculo no cambie al joven que lo sufre y que este conserve, como hacen tantos de ellos, su idea del bien y su fuerza moral creadora.
Cuando uno es joven, recibe su fuerza vital como un inmenso don ardiente que alberga en su cuerpo. Esa fuerza vital encuentra otras iguales, y esto le resulta enigmático y asombroso. El joven no entiende por qué hay impulsos que traspasan a las personas y que se comparten como si fueran la misma fuerza en dos o en más seres. El joven tiene la capacidad de convertir ese don radiante en acciones, y vuelca todo su amor en tareas y trabajos. Atacar, aprovecharse, despreciar esa capacidad, es un crimen horrible. Y así lo siente el joven, pero a menudo simplemente le dicen que así es la vida real. Una auténtica mutilación de la verdad, porque ni mucho menos la vida real es esa farsa o el fracaso que quieren mostrarle. Todo el daño reside en acabar con la fe y la esperanza del espíritu nuevo, intentando conseguir que abandone su empeño.
El mal está contenido en el bien, y la negación es solamente un modo de entender la absoluta afirmación de la vida en este mundo. De lo igual a lo igual parece haber un vacío, un sinsentido, un misterio. Los viejos pueden llegar a saber esto, a entender el misterioso reparto de un mismo impulso en formas distintas, con distancia o con absoluta proximidad, y comprender así cómo todo son aproximaciones, dimensiones, de un único y mismo ardor sorprendente. Los jóvenes, que aun no saben esto, están al servicio de esa fuerza, todo su ser lo conduce el mismo impulso. Como si fueran de cristal, expuestos por su propia acción, pueden ser presa fácil de la desesperanza. Por eso, merecen nuestro absoluto respeto y nuestra protección, porque en ellos crece la bondad del mundo. Ellos necesitan un margen de confianza, Todo pesimismo, toda falsedad, toda desidia en el trato con ellos es mucho peor de lo que parece.
Hay que mirar a los jóvenes reconociendo su increíble belleza como seres abiertos, amorosos y nuevos. Su fragilidad como espiritus que tienen toda la capacidad de amor vulnerable y su capacidad de acción interrogando al mundo. Deberíamos tener siempre en cuenta que escandalizar el alma de un joven es un crimen de lesa humanidad, y que honrar su esperanza es nuestro deber más absoluto.
Maravilloso texto. Muchas veces me veo tentado de caer en la desesperanza y pensar que no vale la pena seguir engendrando hijos. Me resulta muy difícil no transmitir a mis hijas el miedo por lo que nos depara el futuro y creo que ya empiezan a comprender por qué es pertinente plantearse si les valdrá la pena tener hijos en el futuro. Pero al final yo también llegué a la conclusión de que la vida, pese a todo el dolor y sufrimiento, es un inmenso regalo que merece la pena seguir reproduciendo mientras nos quede aliento. Renunciar a seguir fabricando esas almas abiertas, amorosas y nuevas es enterrarnos en vida. Y caer en la desesperanza es, como bien dices, un crimen de viejo, porque ello implica ensuciar al alma joven con el pesimismo. Por eso, seamos optimistas, desandemos lo andado para reencontrar al joven en nuestro interior. Volver al punto de partida es mi objetivo más esperanzador e ilusionante.
ResponderEliminarAlejandro, estamos totalmente de acuerdo. El joven está en la realidad, y todo lo demás es recuerdo o ilusión, creo yo. Nuestra única tarea es llevar hacia el futuro esa fuerza que ellos tienen, sin extinguirla...Muchas gracias por leerlo
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