EL TIEMPO INVERTIDO DE PAVEL FLORENSKI Y LA NOCIÓN DE LA VIDA

El increíble sabio ruso Pavel Florenski, en su teoría sobre los iconos, se detuvo, al comienzo de sus reflexiones teóricas, en el fenómeno que denomina el tiempo invertido de los sueños. Florenski tenía una penetración intuitiva profunda. Se dio cuenta de que en los fenómenos sinestésicos de los sueños, cuando soñamos e ideamos una historia o cadena causal para un suceso simultáneo en el tiempo físico real, se generaba lo que él consideraba que era un tiempo inverso: todos los sucesos tenían lugar para abocar al fenómeno de la coincidencia sinestésica, de modo que, por ejemplo, en los sueños se crea una cadena de sucesos que en vez de abocar a un futuro, terminan en el presente de la coincidencia absoluta con la percepción inmediata: el cerebro es capaz de generar una cadena narrativa que parece ir hacia atrás en el tiempo o actuar "antes del tiempo", de modo que, por ejemplo, nos parece haber causado un enorme estruendo al tirar unos platos en una cocina, por causa de un resbalón que hemos dado al entrar en ella, por haber mojado previamente el piso, y ese gran estruendo es en realidad un ruido que estamos oyendo porque mientras soñamos alguien está empezando a trastear en la cocina. Estructuramos toda la cadena de sucesos a una velocidad tal que toda su línea de desarrollo que parece previa al suceso real, es sin embargo posterior a este. ¿Cómo es posible tal cosa?. ¿Puede la mente ser así de rápida? ¿O quizás se trata de que, como pensaba Florenski, la estructura de lo real puede organizarse de un modo que no sea lineal hacia el futuro? 



Preguntas de este calado te dejan petrificado. Florenski emprende, a partir de su descubrimiento, toda una teoría de la conformación simbólica, que también tiene ramificaciones en sus estudios sobre la perspectiva invertida en los iconos, y en la que explora la idea de que es posible conformar una visión de la realidad en la que no sigamos una estructura causal a futuro, sino a presente; y ésa sería precisamente la que explica la naturaleza y estructura simbólica de la realidad. Completamente asombrosa es su idea de que podemos dejar de lado la concepción kantiana de lo real (el sujeto aduciendo la razón para desarrollar una línea de lógica que avanza hacia el futuro, o el sujeto aplicando una línea de acción que le conduce hacia el futuro, o el sujeto enfrentado al futuro como ante un inmenso vacío al que determinar), y volver a una concepción platónica, o simbólica, en la que el sujeto percibe múltiples desarrollos causales que abocan todos al presente, o el sujeto se encuentra en una trama de líneas de acción que se arraciman en el presente, simbólicamente enlazadas, o en la que, finalmente, el sujeto reconoce en lo real el conjunto consumado de múltiples acciones sucedidas hasta el presente, en el que todo culmina, y ante el cual es invitado a sumarse como un elemento más de la increíble conformación de lo real.




Florenski no desarrolló tanto estas ideas, porque inmediatamente las llevó a dimensión teológica, mostrando el tiempo invertido como ejemplo de la naturaleza del mundo supraterrenal o trascendente. Sí que mostró como esta estructura que culmina, se arracima o se reúne en el presente y en el aquí y ahora de quien vive, estaba bien representada en la perspectiva inversa de los iconos ortodoxos, en los que efectivamente el punto de fuga no está sino en el mismo lugar del observador del cuadro, y en los que la linealidad de la perspectiva clásica está rota para generar los efectos adecuados de rememoración y alusión a la dimensión simbólica no lineal de la realidad.

Es tan esencial todo esto que llama la atención que no se haya reflexionado más largamente sobre los descubrimientos de Florenski. Porque efectivamente en sus observaciones está una noción de la vida, y del sujeto que vive, plena de sentido y muchísimo más feliz que la que, Kant y perspectiva en fuga convertidos en la única manera de concebir la mente y la realidad, se impuso para nuestra desorientación total. Porque no hay nada como aplicar la estructura de tiempo invertido del sueño, a la vida real, para descubrir una noción de la vida asombrosamente original, en la que las cosas ocurren porque vienen causadas por el presente y a él abocan. Una realidad en la que todo es conflagración, resonancia, simbolismo entreverado, y en la que, finalmente, queda un inmenso espacio para contemplar todo no como esencias que nos abandonan, o se olvidan, sino como ingredientes que nos causan y nos explican, actuando en el presente. El futuro, en lugar de ser el yermo de incertidumbre y ansiedad, el vacío de la soledad individual, o la angustia de una mente en avaricia constante, pasa a ser algo en directa relación de sentido con el presente, como una excrecencia suya, como una coda o un añadido armonioso.  Una vez que todo se explica por el presente, que todo se entiende como causa del presente, el futuro es una invitación a continuar la frase comenzada, una invitación a su armonía. En esta visión,  el futuro deja de ser incierto.  Y dejamos de estar ciegos ante el mismo.  Podemos imaginar la enorme dicha que una noción de lo real como esta supone. 

Esta conformación está muy bien ejemplificada e ilustrada por la estructura de los símbolos, que como sabemos, son signos que tienen múltiples significados enlazados entre sí.  Su estructura no es lineal sino radial y múltiple, y donde efectivamente nada parecido a una linealidad de sentido de da. El significado simbólico se despliega en torno a un eje que es justamente el plano físico, o material, que siempre existe en un símbolo. Como dice Mircea Eliade, en los símbolos el sentido absorbe todos los contextos. En la estructura de los símbolos hay múltiples dimensiones con vínculos entre sus elementos, de modo que en la dimensión simbólica los enlaces entre los elementos de la realidad son mucho más densos y constantes, y es posible ver en ellos una conexión ilimitada de sentido. En esa dimensión simbólica, la realidad aparece como un lenguaje, como un universo de formas que derivan todas hacia una confluencia esencial: el presente, lo real físico, que es el polo siempre presente en el símbolo, y en el que se cierra el círculo de todas las significaciones desplegadas. 

Pero para este despliegue es necesario olvidarse del tiempo, o bien, como indica Florenski, invertir nuestra idea del mismo. Todo debe conducirnos a nuestra posición presente, en sinestesia absoluta con su espacio y tiempo, porque la configuración de lo real es en realidad así: sólo lo presente en cada momento existe, pero todo absolutamente contribuye a su existencia. Es el último sentido unificador el que nos permite abrir el libro de la realidad por cualquier página y con esta perspectiva invertida, comprender sus frases.

 Para todo esto, el sujeto tiene que dejar de ser la mente extraida de lo real, y debe sumergirse en su trama de causas continuas e inversas. Es necesario abandonar la razón causal y lineal, y la fútil ambición de causar, con el pensamiento o con la acción, la realidad en un solitario efecto. Lo real es una asombrosa interacción de tiempos que nos lleva a la simbólica densidad del ahora, en la que, una vez entramos a vibrar, podemos descubrir más y más caminos de desarrollo tejidos en su telar, que solamente veremos cuando reconozcamos los hilos de su urdimbre.




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