EL MILAGRO SICILIANO

 Al visitar Sicilia, un español tiene la sensación de haber estado en sus calles o en su tierra, de haber sentido la luz del cielo y campo sicilianos, en otra vida, o muchas vidas, anteriores. La tupida luz que cae sobre ciudades y sobre templos, a la mañana o en la suave tarde, es una luz amiga, casi de la familia. Y a menudo la explicación que se da es que, siendo los españoles y los sicilianos, pueblos mediterráneos, sentimos esa fraternidad en el ambiente en el que vivimos ambos pueblos, en la luz, la tierra y la historia que compartimos. 

El Mediterráneo es un mar de oleadas culturales en reverberación inmensa. Un mar de influencias de milenios y milenios que chocan entre sí, se superponen, se envuelven unas con otras, erosionan sus piedras y dejan en sus playas  una pulida belleza a la que llamamos nuestra civilización.  Yo he visto otros lugares, bañados por mares del mundo, ricos y bellísimos, pero es verdad que como la perfección cultural de los países de este mar, de las cuencas de infinita riqueza del Mediterráneo, de Rodas a Cádiz, de Cagliari a Creta, son lo más bello del mundo, sin exageración alguna.

Pero en Sicilia hay algo más. En Sicilia hay una especie de milagro, que quiero expresar aquí, porque me parece realmente raro, y único. 



Sicilia está situada justamente en el  corazón del mar Mediterráneo, en su puro núcleo, más al sur que Túnez, conectando las culturas  en una posición estratégica. Y lo que encontramos en esta isla enorme, llena de secretos tesoros y de misterios profundos, es el milagro de una transición cultural única en toda la cultura del Mediterráneo. Como en el caso de España, al menos cinco grandes culturas -micénica y clásica griega, bizantina y cristiana europea, medieval normanda o goda, árabe islámica,  y romana o italiana clásica, sea barroca o renacentista- que en este increíble territorio están verdaderamente unidas en fusión cultural asombrosa. 

Sabemos que el genio italiano ha consistido siempre en saber adorar la belleza. Los romanos eran expertos en capturar las formas griegas, copiarlas, pulir los cánones griegos para que fulguraran más, para que brillaran y mostraran el lujo absoluto y la fuerza de su cultura. La pasión de los italianos por el cuidado de la belleza baña a todo este país, y es parte de esta historia. Pero en Sicilia hay más. Más que el genio italiano. Más que el amor a la apariencia, o la ilusión de la belleza.

En Sicilia encontramos, en su inmenso patrimonio de palacios, iglesias, templos, calles, caminos, naturaleza, y sobre todo en los sicilianos, la Autenticidad. Y ese elemento es único en la cultura italiana. En Sicilia no hay apariencia que no responda a un contenido, no hay ostentación que no esté fundada en una verdadera y absoluta magnificencia. Esa es su marca especial.




Sicilia es auténtica. Es un inmenso abismo de tesoros culturales profundos que esperan al visitante para alimentarlo y regalarlo con innúmeras formas de belleza. Una belleza sin fin, con carácter, con raíz, una belleza viva. Sicilia no es un parque temático, no es un mundo turístico diseñado para captar el dinero, para crear la ilusión de un sueño de existencia. Aqui además del genio estético italiano, tenemos la razón de ser profunda heredada de los fenicios, de los griegos, de las religiones de la diosa en las costas y en los templos entre las olas turquesas del mundo antiguo. Tenemos la cultura siciliana, inabarcable, que se funde con la naturaleza, con la manera de vivir popular,  con las artes de todas las formas de vida,  en una arborescencia enormemente robusta de la cultura mediterránea que realmente existe.

Sabemos que de la cultura mediterránea está muerta en muchas ciudades turísticas, es pura cáscara en muchos lugares con historia, es un leve recuerdo sobre los billetes europeos, sobre los frontones de los museos y en las fotos de los paseantes. Aquí sin embargo las formas están vivas y conectan con la inmediata presencia en la isla de una gran propuesta de cultura y de identidad que sigue siendo milagrosa, única, y profundamente necesaria hoy en día.



En Sicilia la fusión cultural y la continuidad de la historia europea siguen interrogando a Europa sobre lo que pudo ser nuestra identidad auténtica y nuestra razón de ser como comunidad de civilizaciones. En Sicilia, las oleadas de la cultura griega profunda fueron asimiladas por los romanos y sobre todo por los árabes, pero inmediatamente, por los normandos, que ya en 1.100 establecieron en esta isla un reino culturalmente asombroso en el que se unían y embellecían las artes y la armonía heredadas de todas esas culturas previas. Y tras los normandos, los pueblos posteriores, entre ellos, los españoles, los italianos, fueron dejando sus olas de influencia, sin que podamos hablar en ningún momento de disolución de la herencia, o de ruptura de la continuidad cultural. Esto es lo asombroso.




Cuando se visitan las catedrales arábigo-normandas, y se tiene en mente la cultura árabe de fusión que se dio en la península ibérica, resuenan en nuestra mirada las similitudes y las armonías. La síntesis cultural posible de Oriente y Occidente está aquí continuada, conseguida, proclamada en un imperio que si hubiera llegado a desarrollarse, habría creado otra Italia, otro idioma italiano más similar al siciliano. Desgraciadamente la política de la iglesia, y  la fuerza de otros imperios, desbarataron el proyecto cultural asombroso de reyes como Federico II de Sicilia, hermano en cultura, apertura y refinamiento, de nuestro Alfonso X el sabio. Ambos soberanos tuvieron el proyecto de crear una verdadera civilización del refinamiento y la cultura de fusión con el mundo islámico. Y en sus huellas nos ha quedado esa inmensa riqueza que nos interroga, sobre el sentido del desarrollo europeo.

Sicilia heredó de la riqueza y el lujo visual  e intelectual arabo-normando la apertura y tolerancia, el rechazo del racismo. Y esa actitud se ensambló armoniosamente con el espíritu renacentista italiano posterior, generando interpretaciones del arte que son asombrosamente auténticas. Ningún lugar para reconciliarse con el barroco, con el pensamiento ilustrado, con el neoclasicismo, como en las calles de Palermo, como en las iglesias y monasterios. El amor italiano por la belleza se fundió con el cosmopolitismo y refinamiento arábigo en esta  tierra afortunada, generando un verdadero filón cultural único que bebe de fuentes profundísimas sin solución de continuidad. Ese es el milagro auténtico.



En la cultura griega, en la árabe, o en la española, tenemos continuidades culturales a menudo interrumpidas, empobrecidas o disgregadas por la fuerza de la violencia histórica, por la historia de los choques y rechazos culturales, que impiden conservar y hacer llegar al presente la memoria y el sabor de la autenticidad vieja. Pero en la isla siciliana se ha generado el milagro por el cual, a pesar de ser una tierra que ha sido invadida y ocupada sucesivamente por tantas incursiones extranjeras, a pesar de haber sido incorporada, y a menudo, explotada, por tantas influencias, conserva su razón de ser. 




Esa razón de ser tiene que ver con la sonrisa de las figurillas griego-micénicas, con la capacidad de aceptación y apertura a las formas cultivadas de belleza atesoradas y almacenadas con gusto y refinamiento, que literalmente empachan al más fino paladar con toneladas de valor increíble, absoluto. Donde es posible ver cómo dialogan milenarias fórmulas de un legado vivo, que no pierde la medida del esplendor, por muchas tragedias que haya vivido.

El milagro siciliano espera al visitante, le sorprende, lo maravilla, agasaja y le hace sentir lo que es la cultura europea auténtica: no una máscara avariciosa, no un mundo guiado por la avaricia y vacío de contenido, ni tampoco una comunidad de egoísmo consumista que se rodea de belleza para consumir más. La verdadera cultura europea, que nace al sur, es el imperio del refinamiento que produce la hermandad de los pueblos. Es la acción de milenios de sabidurías que dialogan porque se aceptan, y cuanto más se aceptan y conviven, producen una más fuerte raíz para generar mayor belleza. El imperio de una cultura, el proyecto europeo, nació en Sicilia. Y nada tiene que ver con el reino de las apariencias y de las fingidas fuentes del poder y la estética.

Tantas literaturas, arte, tantas invenciones, tanto saber diseminado en múltiples delicadezas, nos espera siempre en Sicilia. Un milagro que podría darse, que se ha dado ya, en esta tierra.





Comentarios

  1. Teníamos un viaje previsto para octubre a Sicilia, que ha quedado suspendido. Ya llegará, a ver si es posible en abril, pero vendrá entonces con la curiosidad que nos has despertado con tu elogio. La “autenticidad”, vaya concepto, digno de reflexión. Es verdad que a veces hay experimentos que han pasado por la historia fugazmente, pues no han merecido el premio de la supervivencia (no se adaptaron a un entorno peor que ellos) y dejan su imagen como una lección que se dio y se olvidó, o no, porque hay alguien que la investiga y la recuerda… Como siempre, una clase de optimismo, thanks for that.

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