CREACIÓN

 


En Twitter estos días, un seguidor le preguntaba a Johan Galtung qué es lo que realmente genera la felicidad al ser humano, y con una sola palabra respondía el gran sabio nortuego: "Creativity". No hace falta más que una palabra, comentaban en la red. Y es cierto: la creatividad te hace volver al eje matriz, a la base de tu existencia, te centra y le da una dirección fundamental al confuso fluir del tiempo y la materia en el que a veces nos parece encontrarnos.

Podría decirse aún algo más allá. No solamente la creatividad nos hace felices. Nosotros mismos formamos parte de un proceso de creación que nos explica y sobrepasa, de manera que la creatividad va más allá de la felicidad, y cuando necesariamente la creación implica nuestra destrucción parcial, o una auténtica regeneración que implica una catarsis absoluta, ello constituye la auténtica realización humana. De este modo, la creatividad supera a la felicidad como fin último humano. 

Somos esencialmente una creación en curso, y probablemente nada más que eso. No existe nada parecido a la permanencia, a la estabilidad, en el espíritu humano, igual que no existe nada inmutable en el universo. Este es, como nosotros mismos, un proceso de creación en el que se propone constantemente la combinación fecunda de distintos elementos para generar nuevas cosas, nuevos seres, en constante fábrica de bellezas sin número. En ese proceso de combinación y surgimiento de nuevas formas de vida, nada hay que no sea creación constante, y de ese mismo impulso es nuestra naturaleza más profunda. Cada instante de vida es una propuesta, una invitación a bailar la danza de la vida, como saben los hindúes, y no hay más, porque lo que no es creación queda en un estado anodino, anclado a un inmovilismo que no puede avanzar, vacío y sin alma. En ese estado, en el que a veces terminamos por asentarnos, no podemos sentir. Sólo lo hacemos cuando entramos en la creación vital, en la danza de la vida, con un impulso que se olvida de su propio dolor, amor o anhelo, para crearse de nuevo: para ser.

Cuando perdemos algo, padecemos por algún motivo, o sufrimos algún retroceso, lo mejor que nos puede ocurrir es que podamos hundirnos profundamente en el dolor o la pena y llorar un llanto que es por todo o de todos, y que como indican algunos conocedores, materializa el sentimiento y genera una imagen directriz enseñándole al alma literalmente cómo desbordarse y deshacerse de ese terrrible sentimiento que la atenaza. A menudo el peor estado de infelicidad radica en la incapacidad de llorar, lo que Santa Teresa llamaba, con los místicos, una "sequedad" del alma. Es curioso que no poder expresar, sentir y desahogar emociones deja a la persona en un estado que los psicólogos del siglo XIX llamaban "fijación de un afecto", y que efectivamente apresa en un estado emocional sin circulación a la persona. Lo mejor, la señal de verdadera energía propia, es poder enfrentar dichas sensaciones o sentimientos, y reconociéndolas, hacerlas pasar a otro plano en el que pierden todo su magnetismo incapacitante de creación personal.

Estamos hechos para enfrentar la destrucción, el dolor o la nada misma, pero no tanto para combatirla en nombre de una felicidad propia, como para combatirlas en nombre de la creación perpetua y de la iniciativa formadora. Esto explica que nuestro más dulce consuelo sea deshacernos de las tristezas o cargas y vaciarnos. Pero no porque nuestro estado tienda a una plenitud previa, sino porque el vacío creado atraerá a la plenitud (Simone Weil estudió tan bien esa mecánica del vacío y la atracción de la gracia en su obra, y como buena mística, también pensaba que nuestra función era generar un vacío que pudiera ser llenado por la gracia divina, la cual, según ella, también era una fuerza que había cedido el espacio a la vida para su desarrollo pleno). 

Si no queremos formular una teoría mística, podemos también  pensar que en realidad nosotros somos libertad pura. Nuestro ser profundo consiste en liberarse. Liberarse del dolor, de la fijeza, del estatismo. Entender la profunda esencia creadora infinita de lo que es la vida implica entender que esta se basa en la libertad. Y cuando nos liberamos -sea de un trabajo estúpido, de un sentimiento de culpa o de un miedo anodino-, es cuando encontramos el eje verdadero de nuestra existencia. Y a continuación, empieza la creación viva a manifestarse ante nosotros. Nuestra más profunda experiencia es dialogar con este fenómeno de creación infinita que es la vida, ver lo que nos propone, cómo se entrelaza con nuestro destino, y ver que en su trama está contenida absolutamente nuestra vida.

Esto explica que la estructura de la existencia, el tiempo y su paso, o las capacidades del corazón humano sean tal y como son. Si las entendemos dentro de un proceso de constante creación y liberación para una nueva creación, comprenderemos por qué aparecen fugaces, olvidadizas, ancladas al polvo de la nada o a la temible desaparición, o al azar impredecible. Todos esos procesos son procesos que generan el pulimiento, la desnudez, la simplicidad, el vacío que es necesario tomar como una invitación a la creación. Cuando estos son aceptados, cuando generamos la liberación que a menudo solo puede producir la catarsis, es decir, una purificación limpiadora que literalmente despelleja a nuestro ser de sus pieles y capas previas, con ese proceso también se genera, a continuación, un secreto diálogo en el que de nuevo somos invitados a entrar en una nueva creación de vida. Si vivimos, y en tanto vivamos, siempre estaremos rodeados de invitaciones a formar parte de una nueva creación vital. Pero para oír la invitación, para captar su desarrollo, debemos liberarnos de nuestro ser previo.

Vacío, libertad y creación. Esa dinámica es profunda en nuestra alma. No podemos apresar nada. No existe un estatismo feliz. La única felicidad en que podemos sumergirnos es la creadora. La que nos traspasa como seres cerrados, poniéndonos siempre en la posición de arcilla. Para ser de nuevo torneados por las vitales manos de la formación de todo, tenemos que volver al estado de desecho en el que una paz desconocida nos permite escuchar lo que la vida nos propone. Y a partir de esos procesos, entrando necesariamente a bailar con la creación, ser parte de ella, porque la creación no se basa en nuestra identidad, ni en nuestro corazón. Es común y es única, podemos presenciarla, participar, identificarnos con ella. 

En ese proceso, el sufrimiento es a menudo un componente clave. Por eso no podemos considerar la felicidad humana como un fin último. Hay algo más grande, algo que explica que, en ocasiones, sea esencial el dolor, el sufrimiento o el pesar universal, como modo de limpieza o para liberar al espíritu de sus adherencias previas. Como herramientas de balanza o palanca, que diría Weil, o como materializaciones que enseñan al espíritu cuál es su objetivo de combate. Nuestra esencia profunda es sin duda entregarnos a una causa que va más allá del yo, y esa es la causa de la creación.




Comentarios

  1. Te ha salido redondo el post, Eva: vacío y creación...Siempre hago el "disclaimer" de que cuando se habla de las frases de Jesús de Nazareth, hay que verlas desvinculadas de la religión, como una propuesta que puede ser sabia, si se siente como tal. Enlazando con todo lo que dices está lo de pasar por el ojo de un aguja, no un camello, sino lo que al parecer era el término original, que luego fue mal traducido: una "soga", que es un hilo con como dices se complica con muchas "adherencias" y muchas vueltas, lo cual puede significar no ya solo riqueza material (que será buena o mala según nos impulse o nos pese), sino las mil servidumbres y lastres que son todos esos conocimientos, convenciones, obligaciones, peleas y ambiciones que arrastramos y son el reino donde el ego prospera y engorda. Eso en cuanto al vacío como punto de partida. Y en cuanto al objetivo, hay también una lectura del "Reino de los Cielos", en griego "βασιλεία τῶν οὐρανῶν" (que se lee algo así como "basilea to ouranon"), en la que ese Reino no es por supuesto un sitio para ir después de la vida, sino un estado de ánimo para tener en ésta, y lo interesante es que el concepto "ouranon" significa la expansión del alma, lo que en efecto denota creación y una creación beneficiosa para los demás. No sé los detalles lingüísticos, pero es verdad que la metáfora de los "cielos" tiene esa connotación, de amplitud, de salir uno de la pequeñez de sus afanes y crear algo nuevo que todo lo abarca y a todos podría beneficiar, pues "por sus frutos (sus creaciones) los conoceréis" . Me recuerda esto los del "efecto perspectiva" que tienen los astronautas cuando ven la tierra desde el cielo. ¡Habrá que preguntarle a Bezos si experimentó algo así desde su cohete y si ha venido con ocurrencias sublimes para mejorar esa empresa suya que a todos nos abarca! ¡Abrazos y buen verano!

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Respóndeme si quieres

Entradas populares de este blog

LA VIDA LITERARIA Y LOS PEDANTONES AL PAÑO

el arte y el ego

LENGUAJE ES SIMPLICIDAD (2)