EL LENGUAJE, LA GRAN CREACIÓN

Aunque no solemos pensar en ello, tenemos ante nuestros ojos uno de los prodigios fundamentales de los que nuestra especie es capaz, y cuya invención debería guiar nuestra idea de lo que es crear, de si existe una creación colectiva, y una inteligencia común y compartida, y por qué no debemos considerar tan fundamentales las obras individuales, sino las colectivas. Y ese prodigio es el lenguaje humano.

Nuestra cultura global tiende hoy a considerar como creadores de lenguaje a los autores, sea de la literatura, sea de otros modos de invención creativa, como la ciencia, la teorización filosófica o la ideación política. Tendemos a pensar que la sociedad humana avanza por los impulsos de los creadores individuales, y en el lenguaje verbal, se considera a los autores algo así como a matrices lingüísticas que generan grandes obras que son como una especie de fuente o de venero fundamental, del que surte la lengua. Sin embargo, mi opinión es que no es así. 

En el lenguaje verbal humano es patente que la creación que da lugar a su inmensa riqueza no se produce en los grandes autores. Estos son más bien recipientes, y exhibidores, de la riqueza creadora del lenguaje como un fenómeno colectivo. Sabemos bien que los grandes autores tienen un excelente "oído" para la belleza y certeza del lenguaje en el que escriben. Pero ellos no son sino una parte individual de esa inmensa creación común, generada por todos, que es la invención de la lengua.

Lo que afirmamos aquí parece paradójico pero no lo es. Sabemos, por nuestros estudios de lingüística generativa, pero también, por la experiencia de esas formas comunes y populares de creación que son los juegos de palabras en el humor, los modismos y coloquialismos originales y acertados, o por los refranes de la sabiduría tradicional, que hay un "creador" anónimo y colectivo, en el lenguaje. Esa comunidad que crea la lengua está regida por una serie de principios y modos de actuación, entre los cuales está la búsqueda y la conformidad con la forma idónea; sea generada por alguien anónimo, sea generada, ocasionalmente, por un autor conocido. 

En cualquiera de nuestros intercambios lingüísticos existe un proceso enormemente complejo, en el que más allá del entendimiento y la comprensión, hay un juego armonioso con las formas y su expresión en el lenguaje. Este juego armonioso implica a cada usuario, porque en él se refunda constantemente la propiedad y el acierto en el lenguaje, que a su vez, por analogías de muy diversos planos, se transmite y traslada a la comprensión y capacidad de interpretación entre los hablantes. Se trata de un proceso complejo, en el que asentimos a las formas escogidas para hablar y con ellas, cooperamos con los demás en la consecución del sentido que compartimos, lo que, a su vez, va construyendo el edificio increíble de la lengua.

Sabemos, por los estudios de lingüística y de sociolingüística, que los lenguajes construyen a las comunidades en un proceso de constante creatividad y conformidad. Si los lenguajes son procesos, igualmente las comunidades se constituyen y reconstituyen mediante ellos, y hay, en el uso de cada expresión en un lenguaje, una puesta en escena, una actuación, en la que las reglas y estructuras organizadas son adaptadas y transformadas constantemente, de acuerdo con las necesidades expresivas y con los contextos, y en ese inmenso glaciar en el que lentamente se va desplazando, por virtud de un fondo móvil, la inmensa capa congelada de las organizaciones parciales y las reglas fijas. La lengua se transforma constantemente, pero lo que la transforma, es el uso.

El uso del hablante, de cada hablante, va construyendo un andamio o una escalera a la que los demás hablantes recurren para ver, buscar una forma, y acordar su acierto, compartido por todos. No se trata de cualquier uso, bien entendido, sino de aquellos usos que expresan, que tienen capacidad de actualizar el lenguaje hacia un presente, los que conectan el lenguaje con el proceso creador de la misma existencia.

Es un proceso circunstancial, sin duda, provisional,  creado en cada caso, para cada contexto, como ensayos de formas que buscan el acierto. Un proceso infinitesimal, pero común, de inteligencia colectiva casi invisible, va generando esa inmensa creación que es una lengua. Por eso afirmaba Saint Exupéry que las palabras crean a sus hombres. Las palabras que surgen de la experiencia creadora, que van hacia otros hombres, los transforman y con ello avanza, no solamente el sentido de la existencia, sino un lenguaje, una gigantesca forma armónica que no tiene un origen individual, sino colectivo, porque sólo lo comúnmente sentido quedará fijado en esos infinitos ensayos de música callada, de música hecha pensamiento, que son los lenguajes.

Es importante tener claro que el lenguaje es una gran creación humana. No solamente el lenguaje verbal, sino cualquier lenguaje creador, sea musical, sea visual, sea el lenguaje de una disciplina como las matemáticas o el lenguaje que el hombre genera ante el surgimiento de una tecnología, como el lenguaje digital. Ante realidades creadoras, creamos lenguajes. Se trata de modulaciones que nos sirven para adaptarnos a esas realidades, intentos de bailar al son de aquella dimensión de experiencia ante la cual el ser humano debe actualizarse, debe combinarse o ensamblarse con ella. El lenguaje creado, que es un gigantesco ensayo de formas que van exponiéndose y siendo aceptadas, modificadas, sepultadas por el gran glaciar lingüístico de que se trate, enseña a entender esa tecnología, circunstancia, experiencia que llega. Sirve para crear múltiples variaciones e interpretaciones expresivas que los demás conocen y comparten porque experimentan del mismo modo esa misma llamada a la participación creadora. Como en el mundo de los "memes" digitales, o como en el mundo de la improvisación jazzística, cada usuario es un artista que contribuye con su propuesta de formas, y ello va generando una gran creación gramática, un universo de aciertos que es compartido, una lengua: aquello que finalmente nos transparenta, y que es la propia comunidad.  Decía Peirce que los hombres somos signos: en un sentido como éste, cada formación con sentido está en el lugar de un ser que lo busca.

De ahí que hayamos afirmado, por heterodoxo que parezca, que lo importante del lenguaje no es que se pueda atribuir a un autor o a una obra, sino que es creación de todos, y de ahí el insondable origen de expresiones, dichos o de la vida de las palabras. Que es esencial en la lengua la libertad de creación, porque es ella la que hace fluir y vivir a una lengua, aunque lo esencial en ella es que esa libertad sea común y compartida, es decir, que esté ligada profundamente al gusto y a la idea. Y que, claro que sí que hay gustos comunes y canónicas ideas, y que estas están, si se buscan, en el lenguaje, esa inmensa creación humana que no tiene copyright y es nuestra más profunda y común esencia. 



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