VIVIAN SUTER: CONTRA EL MARCO, COMO UNA DE LAS MALAS ARTES




 Se puede ver en estos días de febrero en el Palacio de Velázquez del Retiro una exposición de la artista suizo-argentina, afincada en Guatemala, Vivian Suter.  Al espectador que entre en el palacio del Retiro citado le espera un gran disfrute estético y profundas reflexiones artísticas, sociales, ecológicas y filosóficas, porque la obra de esta autora de 72 años es un mundo abundante y rebosante de creatividad y pensamiento, de experiencias apropiadas que a su vez son absorbidas por los espacios y contextos en las que están. 

Lo primero que llama la atención de la obra de Suter es que es un mundo en superposición y solapamiento: sus obras se pegan unas a otras, están almacenadas en grandes percheros, una tras otra,  se acumulan en una gran estructura de composición colectiva en la que no existe la "enmarcación", es decir, no se aíslan las obras, ni de su entorno, ni entre sí. 








Este cuidadoso hallazgo nos comunica de repente con una nueva forma de ver el arte, cuando éste no se aísla o encuadra,  para tomar un valor adicional basado en ese aislamiento e impostación, sino que se "deja" ahí, en el suelo, colgado uno sobre otro y otro, sin marcos, recortado o pegado  a un poco de basura, o con tierra encima, o con fotos o periódicos superpuestos. Esto hace del arte de Suter una creación hipermoderna que encaja muy bien con el carácter abigarrado y mosaico de nuestra cultura digital.  El de Suter es un arte que encuentra las raíces de lo hipertextual, y muestra cómo analizando cuidadosamente el modo como se nos presentan las obras artísticas es posible explorar más allá de los modos en que se hipostasían e impostan creando esa "unicidad" del arte, que es en realidad una gran farsa. 

Sin embargo la autora no se inspira en las hiperconexiones para esta agilidad compositiva, sino que su inspiración nace de cómo se dispone, se complementa y se suma cada impresión artística en la propia naturaleza. Es en la naturaleza donde las percepciones se mezclan, donde los colores y las formas se crean y destruyen azarosamente, y donde, como a ella le ocurría, la lluvia o el agua pueden destruir y conformar sus obras dándoles una pertenencia nueva.  Como dice Suter, el arte proviene directamente de la naturaleza que la rodea en su lugar de vida, donde afirma,  "El arte que aquí nace trata del viento, los volcanes y la vastedad y claridad de este paisaje tropical." 



Y efectivamente nada en el arte de Suter proviene de esa engrosada identidad creadora que nosotros generamos cuando centramos, aislamos y enmarcamos las obras de un autor. Aquí la autora almacena y junta, cose y abandona, sus obras, una tras otra. Los lienzos desnudos de énfasis  se ocultan en una abundancia dialogante, en la que cada obra surge de las demás porque la descubre la mirada de quien llega, no porque se haya dispuesto todo un ritual de distancias, encuadres y silencios espaciales para obscenamente atraerla. Es la propia belleza de cada pintura la que nos invita a destacarla entre las otras, en una gran fiesta visual de arte sobre arte, pero cada obra surge entre las demás sin aislarse, sin competir, en un proceso en el que la composición se sale de la creación única y comienza a bailar con las otras obras en un proceso colectivo que nos recuerda a una selva efectivamente, donde las perspectivas y los hallazgos se van haciendo sin reglas fijas.



 El juego con el espacio es mucho más creativo, porque las obras están colgadas en ángulos, rincones, están  ocupando los espacios medios que habitualmente se dejan, de respeto, hacia la bidimensionalidad de un fondo donde se colocan los cuadros en los museos. Aquí, Suter nos recuerda el modo como los tapices o las telas cuelgan en las casas indígenas, o como los colores de los tejidos nos hacen disfrutar los espacios en las casas, dimensiones que la museística abandonó en favor de una cartesiana reverencia a cada obra, a la obra única. Y Suter, más allá de esa reverencia, consigue devolvernos una selvática exuberancia en el arte, que conjuga muy bien con la humildad artística.



El rechazo al marco tiene la capacidad de poner el arte en comunicación con el espacio que le rodea como lo hacen los hilos deshilachados del lienzo y el espacio corriente que lo circunda. Y con esa comunicación, también la obra de arte sobresale con más pureza, sin esa corona o corsé de madera que la aísla y la recorta de la realidad del que la observa. Suter nos hace pensar en hasta qué punto nuestros encuadres nos separan, y lo importante que es, para un creador, liberarse de todo encuadre y corona aislante y enfática. Todo exceso de "centrado"· es malo, y cuando abandonamos los marcos, entramos en diálogo con la naturaleza creadora de la vida cotidiana.

En esta autora, las obras no son un parapeto ni un monumento a la consagración de una estética, ni de un estilo. Hay aquí una descomposición de la retórica del estilo, porque el artísta no usa ningún artificio para auto-distinguirse, sino más bien, quiere confundirse con el entorno y entre sus creaciones. Las pinturas de Suter fluctúan de estilo, bailan con mil motivos, y juegan a confundirse, componiéndose, con lo que las rodea. Como ella misma dice,  son "

interpretaciones de sus alrededores, tanto externos como internos. Asimismo son apropiaciones, hacen suyo este entorno y de igual manera, son apropiados por sus alrededores."




Lo sorprendente en el proceso es que la individuación del artista nace precisamente de esa fusión con el espíritu colectivo, y es precisamente cuanto más se anula en un diálogo de lo interior y lo exterior, de lo personal y lo plural, cuando cobra forma lo que un ser individual significa.



No hay aqui una sacralización de las formas, sino un juego con el color de la vida, una suma y diálogo entre cada motivo, el espacio y las construcciones humanas, y también, una abierta libertad de aceptación de recuerdos, historias o símbolos desdibujados, con una enorme sencillez artística.  Entre impactos de color maravillosos y delicadas composturas de formas, Sutter nos hace pensar. Pensar en que toda creación es en realidad un proceso de comunicación que no termina. En que  cada obra de arte debe ser una humilde pieza junto a otras y que todo culto y veneración, en los espacios y en los rituales artísticos, entorpece comprender para qué sirve el arte.

Pensamos en la múltiple riqueza y el desborde del verdadero impulso creador que nunca es personal ni sigue un estilo.  En que todas nuestras construcciones de observación, nuestras definiciones de estilo, y cultos a canónicas auras, en realidad matan el impulso artístico, porque son, de algún modo, defensas de lo débil. Hay un miedo a la simplicidad que ilumina nuestra existencia en el cultivo del estilo, el culto al arte, y el respeto canónico al artista como un ser especial. Solamente cuando comprendamos que el artista debe literalmente "enterrarse" en  su propia creación, fundiéndose así con la naturaleza creadora que le impulsa, y crear un mundo colaborativo en que habitar y vivir todos, donde se acumula la creación, tanto como se acumula la basura, podremos avanzar hacia la verdadera Belleza.  




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