SOLUCIONES A LA CRISIS

Cuantos más años cumplo, más cuenta me doy de lo poco que conocemos al ser humano y lo poco que sabemos de nuestra propia psicología profunda. Por ejemplo, estamos convencidos de que somos seres reactivos, que actuamos impulsados por causas externas, y  que nuestras emociones son el resultado de las acciones y influencias del mundo que nos rodea. Sin embargo, esto es falso. Lo sabían muy bien los Estóicos , que descubrieron que a las personas no nos mueven las cosas, sino las opiniones que tenemos sobre las cosas. Y avanzando más todavía, Epícteto decía que esas opiniones y actitudes son nuestras verdaderas acciones. Esto tiene una explicación muy profunda.

Cuando una persona recibe un mensaje, o presencia un comportamiento, rápidamente experimenta una emoción, y a partir de ahí, su comportamiento es como un resorte a la emoción sentida. Hay realmente toda una acción, todo un movimiento en esa fase mental. Se produce, dice Eckart Tolle, una “contracción emocional”, y está muy bien dicho, porque efectivamente la persona se contrae. Literalmente la emoción tiñe el mundo del individuo, y le priva de energía, de fuerzas, le inclina a una visión parcial de las cosas, lo induce a una respuesta muy determinada. El el problema está en que esa emoción generada es realmente algo que no proviene de ese mensaje o visión primera. La emoción ha surgido dentro de la persona, y no fuera, y sus efectos están dentro siempre, no los causa nada de fuera.  ¿Cómo lo sabemos?

Muy fácil: si el individuo detiene esa emoción (una emoción de cólera, un enfado) y por ejemplo, experimenta otra cosa, imaginemos que en ese mismo momento por casualidad se pone a escuchar una música electrizantemente bella,  experimenta una impresión estética, o se ríe de una imagen ingeniosa que encuentra por coincidencia, entonces el mensaje o comportamiento originales no afectan en absoluto como lo hicieron en el primer caso. Parecen menos graves, o causan risa, o resultan inofensivos, o pierden sus dimensiones de gravedad o importancia de manera asombrosamente drástica, o desaparecen como objetos causantes de ira o enfado.  Probadlo: la diferencia es radical, de modo que cuando no experimentamos una emoción determinada la realidad que parecía causarla es completamente distinta. Da la sensación de que la persona creciera ante esa realidad, como si su atención a otras cosas de la vida aniquilara el germen emocional que contenía, como si al aceptar sin más, por la pura indiferencia,  el mensaje antes deprimente u ofensivo, se volviera incluso simpático e inerme.

Las personas que de natural son pacíficas, que pasan de conflictos, tienen una fuerza impresionante: se resisten ni más ni menos que al esclavizante poder de las emociones, y con ello, experimentan la realidad de modos nuevos, diferentes, lo que a su vez les hace más ricos en experiencias y más capaces de experimentar otras cosas. Y quienes, por el contrario, quedan dentro de un mundo teñido de una emoción, sólo experimentan cosas dentro de ella y reducen cada vez más su capacidad de comprenderlo todo.

Cualquier situación de la vida es infinita en las formas en que nos afecta. Puede ser causa de enorme iracundia o de simpatía total. Puede generarnos odio repulsivo o amor cándido. La realidad es según nosotros decidamos que sea. Todo depende de si somos o no dueños de nuestras emociones, de si podemos pasar de ellas o aceptar situaciones, de si resistimos a su embrujo terrible o nos dejamos llevar por ellas.

 

Y las realidades más espantosas admiten el crecimiento de nuestra persona ante ellas. Quiero decir que si cambiamos la emoción en la que nos esclavizan, llegamos a convertirlas en algo que nos permite ver la vida de maneras nuevas. Con la crisis, es así. Esta crisis  debería permitirnos, una vez que dominada en su poder de convulsionar nuestras emociones, ver de maneras nuevas la vida.

 

Es difícil aceptar algo así, y sin embargo, es el modo de salir de su campo de acción.  Un modo claro es cachondearse de la crisis: tomarla con sorna, como el que ve una caricatura. O se puede convertir la crisis en algo en lo que simplemente se piensa con una emoción pacífica y atenta, que nos permita crecer con ella. Si se llega a esto, y se consigue no caer en la cadena de emociones constrictoras de la crisis, podremos verla con otros ojos y comprender lo que nos está diciendo. Otra posibilidad es dejarla hacer a fondo: que hunda a bancos y a ricos, que actúe sin nuestra mediación: a continuación con toda seguridad liberará enormes cantidades de energía creativa que permitirá reconstruir en dos días lo que se lleva ahora por delante.

 

En todos los casos, es decisión exclusivamente nuestra el hacer que una situación nefasta como ésta sea así o por el contrario se convierta en la ocasión para un crecimiento. La clave está en no dejar de atender a la realidad que nos oculta, y en no dejarse encadenar por las emociones restrictivas en la que ella misma se alimenta.

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